Un cuento de un colaborador.
El timbre sonó a las dos en punto y un clamor entusiasta generalizado, salido de mil gargantas juveniles, se escuchó por todo el amplio edificio. Era la señal para salir en tropel hacia el Gimnasio. ¡Se suspendían las clases!
Toda la mañana los profesores de Estudios Sociales y algunos estudiantes, organizados en pequeños comités, se habían dado a la tarea de preparar la celebración histórica.
Tres "primeros promedios" hicieron entrar al salón, el Pabellón Nacional mientras el equipo de sonido amplificado hasta el delirio, reproducía las notas de el saludo a la bandera seguido del Himno Nacional, mientras la mitad de las bocas presentes cantaban y las otras movían los labios sin emitir sonidos. "Salud noble bandera, de blanco azul y rojo…"
Al terminar el protocolo inicial, un profesor gordito y cachetón, hizo "la motivación" prometida en el programa y contó en un largo discurso lo que los estudiantes ya habían leído muchas veces en el texto oficial. El director estaba atento a quién miraba las palomas que anidaban en el techo, a la adolescente que escondía entre su cabello los cables del audífono de su "iPod", al que hacía una llamada telefónica con el "manos libres" y a quien cuchicheaba con el compañero de al lado.
Cuando el profesor terminó su alocución que cinco o seis escucharon, el director tomó el micrófono y señaló a los "irrespetuosos" que estaban en otra cosa y a quienes " no les importaba un pepino los asuntos patrios."
Luego vino lo esperado por todos.
Una profesora secundada por dos estudiantes a quienes prometió subir su promedio trimestral a cambio de su ayuda, habían preparado una choza con cartones donados por una empresa exportadora de bananos y hojas de palma recogidas por aquí y por allá.
Era nada menos que la representación escenográfica del Mesón.
El joven que cumplía con las características físicas de Santamaría descritas en el texto escolar, vestido con pantalones verde olivo y camisa blanca, flanqueado por un grupo de jóvenes con artesanales rifles de madera, iniciaron la representación.
No más los "soldados" se tiraron al suelo para no ser impactados por los imaginarios rifles enemigos que retumbaron en los amplificadores, dos mil ojos atentos dejaron escapar una carcajada que resonó en el techo metálico del edificio y asustó a las palomas que en bandada, escaparon a los árboles vecinos.
"¿Quién quiere quemar el mesón?", dijo un joven. Nadie respondió. "Ni loco", se escuchó en la gradería y enseguida otra carcajada general mientras los ojos del director trataban de localizar a quien había pronunciado semejante frase sacrílega.
"Que dé un paso adelante", dijo otro "actor" con voz callada y desabrida. Nadie lo escuchó, solo el intérprete de Santamaría, quien adelantó un paso. Otro le encendió una tea que mantenía temblorosa su mano derecha y avanzó al "mesón". Lanzó su tea y en el equipo de sonido sonó un tambor en vez de un balazo, (lamentable error del sonidista). Esta vez, mientras el actorcito caía al suelo, la risa general alcanzó volúmenes ensordecedores. Por fin, retrasado, sonó el balazo y el joven intérprete se levantó de "la muerte" y volvió a caer "fulminado". Ahora la risotada fue acompañada por golpes de zapatos sobre los tablones de las viejas graderías.
Mientras un estudiante apagaba el incendio desatado en "el mesón" con el chorro de una manguera, la profesora tomó el micrófono y dio por terminada la representación.
El cierre del acontecimiento patriótico, fue una regañada del director, el Himno al Colegio y la salida de la bandera. Esta vez, de pie, casi todos cantaron. Había que aprovechar los veinte minutos de recreo prometidos.
Un joven que había evitado el acto cívico escabulléndose con su novia al bosquecito cercano, se aproximó a un amigo que salía.
-¿Cómo estuvo esa vara?
-¿Mae, no fue? ¡ Viera que pachazo!