La ideología burguesa basa su filosofía en oposiciones – siguiendo los pasos de la religión judeo/cristiana-. De ahí que frente al Bien (el imperio) siempre hemos de tener el Mal. Lucifer ha de estar personificado, ya que nos sentimos herederos de Yavhé, ¡somos el pueblo elegido!, y portamos la antorcha de la verdad y la salvación. Después de esta tesis queda que sólo los buenos podemos prevenir y por consiguiente utilizar la violencia. Cuando la utilizan los demás es terrorismo. Buen fetiche para una moral que se impone.
“La peor violencia es la pobreza” afirman los teólogos de la liberación. No les falta la razón. La pobreza no se elige y, como bien dice G. Labica,“los damnificados de la tierra no sufren ninguna patología mental, sino el peso de las cadenas de las que esperan desembarazarse, y al mismo tiempo de la servidumbre voluntaria a la que han sido reducidos”.
La clase dominante no distingue entre violencia y resistencia. La rebelión de los excluidos de la banlieu parisina y de las grandes ciudades de Francia exige violencia frente a la violencia de los que detentan el poder y los medios de producción y, al mismo tiempo, la resistencia a la pérdida de las conquistas sociales de aquella generación de emigrantes que ayudaron en la postguerra. Lo mismo ocurre con los niños de la Intimada ante la violencia sionista. Es la resistencia del excluido y la lucha por el reconocimiento.
Desde el 11 de Setiembre, la clase dominante ha dado un“giro transcendental” en su concepción de la violencia. El enemigo ya no es real, deviene invisible. El terrorista islámico es lo no- visible que se une a lo perverso. El Otro, el musulmán es la negatividad radical, es lo vacío frente al plenum cristiano y la apropiación del Otro no es más que el exterminio de su faz. Ese Otro es irreductible a nuestros valores cristianos. Por tanto es convertido en un bárbaro, en un no-ser.
Ya en el 2000 Alan Woods y Ted Grant avisaron de que “el surgimiento del imperialismo americano como una superpotencia es un hecho sin precedentes en la historia. EE.UU. se ha convertido en la mayor fuerza contrarrevolucionaria jamás vista antes, dispuesta a utilizar cualquier medio a su alcance para derribar gobiernos que no les sean afines”. La supremacía americana primero se fraguó en casa con el crecimiento de las desigualdades ya que está basada en “la explotación creciente de la mano de obra” [Claude Sefarti]. Se ha acrecentado la precariedad en el trabajo y la aparición y desarrollo de los "working poros", asalariados que necesitan trabajar en más de un empleo para sobrevivir.
Por otra parte el imperialismo americano ha producido una gran transformación que puso en marcha el neoliberalismo. Este ha llevado a : a) el traslado de la producción al extranjero (lo que se conoce como deslocalización) y que a su vez ha producido una deslocalización interna; b) la creación o el aumento de zonas de intercambio, que supone la conquista de nuevos mercados; c) el empleo selectivo y regulado de la emigración.
El capitalismo para llevar a término dicho objetivo ha tenido que ejercer la violencia, ¡y de qué manera!
Podríamos usar la terminología de Rosa Luxemburgo y hablar de militarismo. Si nos remitimos a su libro La acumulación del capital leemos el siguiente párrafo: “El militarismo tiene una función determinada en la historia del capital. Acompaña a todas las fases históricas de la acumulación. En lo que se denomina el período de “acumulación primitiva”, es decir al comienzo del capitalismo europeo, el militarismo juega un papel determinante en la conquista del Nuevo Mundo y de los países productores de especies, las Indias: más tarde, sirve para conquistar las colonias modernas y para destruir las organizaciones sociales primitivas y para apropiarse de sus medios de producción, para introducir por la coacción los cambios comerciales en los países cuya estructura se opone a la economía mercantil, para transformar la fuerza de los indígenas en proletarios y para instaurar el trabajo asalariado en las colonias. Ayuda a crear y a ampliar las esferas de intereses del capital europeo en los territorios europeos, a sacar las concesiones de ferrocarriles en los países atrasados y a hacer respetar los derechos del capital europeo en los préstamos internacionales. En fin, el militarismo es un arma en la competencia de los países capitalistas, en lucha por el reparto de los territorios de civilización no capitalista”.
La hegemonía del imperialismo norteamericano está llevando a cabo una acumulación primitiva (contemporánea). Desde la derrota del estalinismo y por consiguiente desde la caída de los países del Este, el imperialismo tanto norteamericano como europeo se enfrascaron en la lucha por los nuevos mercados y por lo que significaba la ingente masa de proletariado que podía engrosar la filas de la inmigración. El imperialismo se ha basado para conseguir esto en la Banca Mundial y en el FMI, instituciones que han impuesto programas de ajuste que ha permitido la apropiación de la propiedad estatal de muchos países.
El imperialismo ha necesitado de la violencia y de la guerra, realizando el mayor despliegue de fuerza que se conoce, sustituye el honor y la justicia por el fundamentalismo. Es la civilización frente a la barbarie ( en este caso musulmán); el musulmán es el terrorista que no respeta la civilización.
Extracto de un artículo de Javier Méndez: http://www.kaosenlared.net/