Sospechamos que no es ángel ni mucho menos santo.
Las torturas bestiales de la inquisición, los azotes, el cepo, la
hoguera a fuego lento y leña verde, la rueda para despedazar poco a
poco o el serrucho que partía lentamente el cuerpo de sus víctimas
para que sufrieran más eran justificados métodos cristianos para ese
tipo de hombres que se hacían llamar hombres de Dios.
En 1821, el padre Zapata era párroco de Chancay, y usaba del púlpito
para condenar cada domingo al movimiento patriota por la
independencia. En los primeros meses de ese año, decidió prohibir a
los fieles que llamarán San Martín al libertador argentino.
"El nombre de San Martín es por sí solo una blasfemia, y está en
pecado mortal todo el que lo pronuncie... ¿Qué tiene de santo ese
hombre malvado?... Confórmese con llamarse sencillamente Martín, y le
estará bien por lo que tiene de semejante con el pérfido hereje Martín
Lutero."
“Sabed, pues, hermanos, que declaro excomulgado a todo el que gritare
¡viva San Martín!”
Luego de desembarcar en Pisco, las fuerzas patriotas ocuparon Huacho y Chancay. Por ello, junto a un grupo de presos, Fray Zapata fue conducido a la presencia del excomulgado San Martín, o según él, Martín a secas.
Seguro de que se hallaba frente a uno de esos soldadotes a los que
admiraba, aquellos que habían descuartizado vivo a Tupac Amaru y antes
habían hecho cortar la lengua de los hijos del cacique, el padrecito
comenzó a temblar de nervios y apenas si pudo hilvanar la excusa de
que había cumplido órdenes de sus superiores, y añadir que estaba
dispuesto a predicar devolviéndole el “san”, la sílaba del apellido que le
había quitado a San Martín.
El santo de la espada le contestó sonriente: "No me devuelva usted
nada, pero sepa usted que yo le quito también la primera sílaba de su
apellido, y no se le ocurra a usted firmar Zapata porque desde hoy no
es usted más que el padre Pata. Y téngalo muy presente, padre Pata.”…
Y se cuenta que desde entonces no hubo en Chancay ningún documento
parroquial que no llevase por firma "Fray Matías Pata”.
Pues resulta que el Obispo Sancasimiro le prestó a un señor Urrutia una platilla: $165.000,00.El problema es que Urrutia fue detenido en la zona norte de Costa Rica: la justicia española lo acusa de haber estafado y blanqueado 18 millones de euros a socios del consorcio vasco Indaux.
Y un día de éstos leímos en La Nación:"El Ministerio Público citó a los obispos Hugo Barrantes, Francisco Ulloa y Ángel Sancasimiro, así como al sacerdote Guillermo Godínez, para que declaren en la investigación que la Fiscalía sigue por el presunto delito de intermediación financiera ilegal en Servicios Pastorales de la Iglesia católica."
Por eso ahora pensamos que el obispo español afincado en Costa Rica no debería llamarse Angel San Casimiro, pues sospechamos que ni es ángel ni es santo. Así que, deberíamos llamarle "Obispo Casimiro", así, a secas.
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