No hay imperio en la historia que no haya gestado desde sus propias entrañas, su decadencia y desaparición.

Fue su iniciativa la que creo la OEA, un organismo que por años dominó la política latinoamericana bajo la jefatura estadounidense directa o indirecta.
Con Cuba no le funcionó porque ahí tuvo que enfrentarse en plena guerra fría a una potencia como la antigua Unión Soviética que le había empezado a emplazar misiles nucleares a unos cien kilómetros apenas de su territorio.
Así de una u otra manera se apoderó por un siglo de recursos y bienes de países latinoamericanos, africanos, orientales y dominó la política de buena parte de Europa.
Hoy, el tristemente célebre Premio Nobel de la Paz, Barack Obama, se ha topado con una Latinoamérica, que, recuperando su independencia y dignidad, está decidida a no aceptar más sus órdenes, con una recuperada potencia como Rusia, y otra nueva: China y con un mundo en general decidido a detener sus abusos, sus crímenes y genocidios y en medio de una economía doméstica tambaleante que ha tenido que empeñar hasta parte de su tesoro nacional para enfrentar la crisis de una sociedad que pierde día a día beneficios sociales y su estilo de vida consumista.
Es cierto: no hay imperio en la historia que no haya gestado desde sus propias entrañas, su decadencia y desaparición.
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