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domingo, 12 de septiembre de 2010

La década prodigiosa: flores, paz y amor libre.


En la cultura "hippie" el amor ejerce una actividad fundamental como filosofía existencial.

En sus utópicas comunidades, en un primer nivel de lectura, el amor es sencillo y primario; y, en un segundo nivel, global planetario, como expresión de un humanismo literalmente opuesto al exterminio del otro, que caracteriza esencialmente a la cultura occidental, no sólo a través de la guerra.
Los significados subyacentes son complejos y reveladores.
A la vez que monogámico y duradero, es permisivo y espontáneo.
Y una forma de resistencia activo-pasiva, como el primitivo cristianismo, contra la brutalidad oficial de ley y orden.
El amor comunitario excede las viejas categorías de matrimonio y adulterio, de poligamia y poliandria.
Es rigurosamente respetuoso con las relaciones personales y la formalización de la pareja.

La perceptividad extrema que proporcionan los estados psicodélicos, tiene una significación fuertemente orgásmica. Porque se puede percibir más intensamente la belleza del amor. Todo el cuerpo y el cerebro se constituye en un fantástico, inmensurable canal de percepción sensorial.

La complejidad de las relaciones sexuales hippies y su activa disidencia con los valores tradicionales lleva a una superación del concepto de homosexualidad y heterosexualidad. La larga melena no es solamente un signo indumentario, sino una codificación de la plenitud alcanzada en la eliminación de la dicotomía masculino-femenino.
Se ha llegado a una nueva dinámica categorial que va desde “la sexualidad de-sublimada” de Herber Marcase, al “perverso polimorfo” de Norman Brown, “el amor pansexual no orgásmico” de Leslie Fiedler o la “psicodoia o utopía del orgasmo eterno” de Stuart Hill.

Su símbolo gráfico, que ha dado la vuelta al mundo, vale por todas las palabras.

El movimiento "hippie" fue centrífugo y universal. No encontró dificultades en expansionarse por toda la aldea planetaria porque los ideales eran básicos y elementales.

El "hippismo" fue una cultura sin apenas retórica y literatura. Fue nómada, musical, individualista y sensorial. Y sobre todo iconográfica. Generó un formalismo, una estética y un espíritu cósmico e itinerante.

Este sentido de peregrinación, de camino de perfección hacia la promisión, tiene la ruta que los "hippies" emprendieron hacia la India, Nepal y Oriente. Una ruta que partió de USA y creó enclaves fundamentales en Londres, Ámsterdam, Roma, las islas y las costas mediterráneas.

La cultura "hippie" produjo una nueva parafernalia de atuendos, bisutería, música, dietas macrobióticas, insignias, discotecas, drogas, artesanía, lenguaje y postermanía, que genéricamente, se llamaría psicodélica.

Esta exteriorización y fácil identificación del fenómeno facilitaría el contraataque del sistema, que comenzó a industrializar y traducir a objetos inútiles y productos de consumo masivo los sinceros símbolos del rito "hippie". Pronto “Haz el amor no la guerra”, desprovisto de ideología, se incorporó a la jerga ociosa de los convencionales. Con lo que el ideal de revolución mística fue perdiendo semanticidad, fue convertido en moda popular, en atuendo de masas.
Cuando la revolución pasó al teatro y “The American Tribal-Rock Musical” estrenó “Hair” y cantó a la Era de Acuario, empezó a entonarse el réquiem.



Un seguidor de La Plaga nos ha enviado este fragmento tomado del libro: Sampere Pedro y Corazón Alberto; La Década Prodígiosa -60s-70s-, 270 pag, Madrid España, Ediciones Felmar.

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