Electo presidente constitucional una vez y por segunda vez mediante procedimientos muy cuestionados que llevaron a miembros de su propio partido a decir que se trataba de "un golpe de estado técnico" y de una presidencia "de facto", en la que dejó al país en bancarrota, don Óscar Arias luce en sus declaraciones errático y resentido.
Cuestionado además por un gobernante centroamericano de haberse apropiado de un plan de paz, que, según dijo, no fue de su autoría, pero que le valió un premio Nobel de la Paz, consiguió como sabemos, inflar su ego a niveles incomprensibles.
Su evidente pérdida de influencia en el PLN, que se manifestó con la ausencia de apoyo para elegir a su hermano en las pasadas elecciones como candidato o la de elegir al político de sus simpatías para el cargo de "presidente del partido" y sus últimas y desafortunadas declaraciones como la de calificar a la ruta 27 como una carretera de primer mundo, de la cual "está orgulloso de haber construído" o la última, respecto a la VII Cumbre de las Américas, en que se autositúa por encima de presidentes latinoamericanos como Correa, Raúl Castro, Evo Morales, Cristina Fernández y del presidente estadounidense Barack Obama y el ser ignorado en ese evento un documento firmado por él contra Venezuela, dan cuenta del inevitable ocaso o su senilidad como político al que lo han llevado su defensa fanática del neoliberalismo salvaje, sus apolilladas tesis políticas o a lo mejor acaso, como piensan algunos, su enfermizo egocentrismo.
Es cosa de dignidad y autoestima saber retirarse a tiempo en cualquier profesión.
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